Treinta y cuatro minutos de barro y miel
Volvemos a la carga, con una lista con lo mejor de los últimos 6 meses.
Llevo mucho tiempo callado, pero no ha sido por gusto. La vida va pasando, un mes va detrás del otro y, mira, de repente, es junio. En febrero, justo cuando pensaba retomar el proyecto, después de las vacaciones de Navidad, conseguí consolidar mi posición en la bolsa de Historia de la GVA y, desde entonces, estoy entregado en cuerpo y alma a mi única alumna y a los viajes en bus, que se llevan gran parte de mi tiempo y mi salud. Pero no tenía intención de dejarlo donde se quedó, así que vamos a recuperar un poco el pulso y la tensión de las semanas. Aunque parezca mentira, yo también lo necesito.
Antes de seguir, quería comentaros que he cambiado la manera en la que registro las escuchas, volviendo a utilizar Last.fm por pura comodidad y porque se integra en todo, aunque he creado un nuevo usuario: tinkernet. Sinceramente, estaba un poco harto de cargar con el peso de las canciones que escuché en 2007, porque hace casi 20 años de eso y yo ya no soy el mismo. Por otro lado, también he cambiado el servidor que utilizo para escuchar música en casa —fuera sigo usando Plexamp. Resumiéndolo mucho: he dejado de usar MoOde y ahora uso Lyrion Music Server. Había oído hablar de él, e incluso lo había usado antes, ya que es bastante antiguo y está presente desde los albores de la música digital, siendo originalmente un software de Logitech. Sin embargo, introdujeron el Docker en unRAID hace muy poco. Es feo y algo parco en general, pero funciona increíblemente bien y aúna lo mejor de todos los mundos. Si no tienes 15 €/mes para gastar en Roon, es una opción fea, pero más que decente, que se integra a la perfección con Raspberry Pi, cosa que aprecio mucho ya que es el sistema principal de reproductores que uso en casa: uno, conectado a un Topping E30 y el otro a un Allo Boss Mini. En fin, todo esto lo dejo aquí tirado de cualquier manera, pero será recuperado más adelante. Hoy, querría hablar de música.
Este 2025, para mí, está dejando una cosecha bastante exigua y, en general, no estoy encontrando muchas cosas a las que engancharme. Esto, como es lógico, no quiere decir que no estén saliendo discos buenos, están saliendo, y tampoco que no los vaya a encontrar luego. Aún quedan muchísimos discos buenos por salir. Tan solo yo no estoy muy centrado. En parte, creo que se debe a un tremendo desvío que terminó conmigo completamente obsesionado con el Garage de los 60 y el revival de los 80, a lo que he dedicado una cantidad insultante de horas. Desde el Nuggets, o los discos de Lyres, Cynics, Fleshtones, Fuzztones o Mummies, hasta reinterpretar la mayoría de las cosas que más me gustan, la influencia que esto ha tenido en mí ha sido increíblemente potente. Puedo decir que, tan grande, que he aprendido muchísimo sobre mis influencias y, en especial, sobre mí mismo. Soy un devoto del fuzz, que es, sin duda, el verdadero hilo invisible que une todo lo que de verdad me gusta. El Garage es un estilo de música imprescindible, divertido y lleno de pasajes de guitarra absolutamente increíbles. Aunque muchas veces, de forma injusta, la percepción generalista de este tipo de discos sea fría, nunca se ha tratado de hacer cosas nuevas, tan solo de hacer buena música y grandes canciones. Para muestra, la irregular pero siempre interesante carrera de Mudhoney o la impecable trayectoria de Los Ramones. Algún día, cuando me sienta preparado para indagar más profundamente y hablar de todo esto, lo retomaré.
Pero no será hoy. Voy a ir al grano, que me voy bastante por las ramas. Durante lo que llevamos de año, hay algunos discos que me han gustado, en un grado muy "sietecomacinco". Es el caso de Love Again de Ex-Vöid, Sinister Grift de Panda Bear, Universe Room de Guided by Voices, Thunderball de Melvins, Ku! de Ku! o incluso el Purple Bird de Bonnie “Prince” Billy. Todos ellos son buenos discos, qué duda cabe, tan solo no han llegado a emocionarme. Otros, especialmente el controvertido dúo que conforman The Scholars de Car Seat Headrest y Forever How Long de Black Country, New Road, me han resultado más difíciles en todos los sentidos. Ambos presentan partes sólidas, con una fuerte capacidad para conmover, aunque también momentos insufribles, bastante poco inspirados o con un discurso completamente turro. No obstante, uno de ellos, el de Car Seat Headrest, suena a despedida; y el de las nuevas Black Country, New Road, suena a una transición muchísimo más sugerente de lo que parecía en un primer momento. Bastante más, por ejemplo, de lo que fue Bush Hall. Por otro lado, también los hay que no me han gustado nada. Algunos ejemplos son el Here We Go Crazy de Bob Mould —con todo el dolor de mi corazón, Bob, este disco no está a tu altura—, el de Arcade Fire, el Lonely People With Power de Deafheaven, que, sin más, se me hace bastante insoportable, y lo de Dream Theater, que no siendo malo, se siente aburrido incluso para ellos mismos. Por tanto, por ahora, los discos que más entretenido me han tenido estos días no forman una lista muy larga, pero creo que son altamente disfrutables. Voy a ir desgranándolos uno a uno.
Who Will Look After the Dogs? – Pup
El punk pop mola mucho, y si tiene regusto emo y viene directo desde Canadá, pues mejor que mejor. Esto es lo que es Pup y eso es lo que hay en Who Will Look After the Dogs. La educación sentimental de cada uno es un enigma rodeado de situaciones fortuitas, magdalenas que buscar y unos cuantos gritos que descifrar. A mí, el amor militante por el punk pop y el emo me llega ya bastante viejo y después de un profundo trabajo de reconstrucción de la escena, la comprensión de determinadas tendencias, filiación con cada una de ellas y el descubrimiento de un gozo nada culpable: saltar, gritar y desgañitarse es guay y punto. A veces, ni siquiera hace falta hacerlo físicamente; sencillamente dejarte llevar por esos riffs rápidos y furiosos puede ser más que suficiente. En este tipo de propuestas hay mucho de quitarse los complejos y, en especial, las tonterías. A mí me gustan los grititos y las cosas pasadas de emoción, qué le voy a hacer.
Puede parecer, en mi alegato, que estoy llamando a no mirar a Pup con monóculo, o defendiendo un acercamiento condescendiente, como si esto fuese una obra menor. Como si acercarnos a este disco implicase, de alguna manera, rebajarse a un género menos elevado. Nada más lejos de la realidad. Que los convencionalismos no nos confundan: Who Will Look After the Dogs no es ningún guilty pleasure ni un producto menor. Es exactamente lo que quiere ser, y eso se siente en todos y cada uno de los cortes que lo componen. Punk enérgico, potente, algo cursi quizá, pero certero, perfectamente ejecutado y clarísimo en sus intenciones. Son capaces de mezclar la velocidad con la intensidad, dando lugar a un disco que se disfruta desde el minuto uno. Además —aunque esto sea una filia personal—, cuenta con la colaboración de mi amadísimo Jeff Rosenstock, a quien no le perdonaré nunca que no trajese vinilos de Hellmode al 16 Toneladas, pero que amo por encima de todas las cosas, porque su Worry fue una de las claves que me enseñaron a ser un poco menos tonto.
Phonetics On and On – Horsegirl
Como ya he dicho, me gustan las cosas pasadas de emoción y un poco cursis. Sin embargo, no siempre es fácil encontrar una conexión sólida con determinadas propuestas que, por cuestiones biográficas o incluso de género, se antojan lejanas y no siempre sencillas de descifrar. Para alguien que, como yo, estuvo presente en la ola antifolk y la americana de finales de los 90 y los primeros dosmiles, que fue fan tanto de Kimya Dawson y de las Moldy Peaches, como también de Wilco y demás, la propuesta de Horsegirl podría parecer poco original y algo carente de interés. Quizá no sea nada original, es cierto, pero eso no debería importar mucho, la verdad, porque Horsegirl saben muy bien lo que quieren hacer y son especialmente hábiles con su propuesta.
El principal valor de Horsegirl, al igual que muchas de las bandas que están revisando aquel legado, no pasa por la originalidad sino por la capacidad de actualizar un discurso determinado y darle un sentido bastante diferente al original. No obstante, cuidado con este argumento y con caer en justificaciones autocomplacientes: no se trata de bailarme el agua o de encajar en mi cosmovisión. No tienen ninguna obligación de actualizar nada para que yo (o cualquiera de nosotros) esté contento. Lo hacen porque es su manera de expresar y de filtrar sus propias influencias y, sinceramente, son buenísimas. Me gusta, en concreto, la emocionalidad y la potencia calmada que destila todo el disco, dando lugar a una expresión folk, sí, pero con una tensión bastante acusada que le da un toque post-punk ultra lejano, muy apetecible y sugerente, y, sobre todo, bastante cohesionado. Algo que, por ejemplo, no eran capaces de hacer las boygenius en su The Record.
Con todo, el disco empezó interesándome muy poco y, la verdad, me he sorprendido a mí mismo volviendo una y otra vez en los últimos meses.
No Sueltes lo Efímero – Pumuky
Quien me conoce sabe que la música que se hace en el Estado español no es lo que más me gusta. A excepción, claro, de algunos grupos y algunos discos que consiguen penetrar en mi cerebro de las formas más inesperadas. El disco de Alexanderplatz de hace dos años, por ejemplo, me parece una cosa increíble, y el año pasado tuve mi pequeño idilio con lo nuevo de Carolina Durante, Melenas o Lisabö. Unos pocos bien escogidos, si me preguntan. Pero bueno, toda esta vuelta para decir que Pumuky habían ocurrido en un mundo que yo había estado ignorando. Más si tenemos en cuenta que, por momentos, recuerdan a unos Vetusta Morla —aunque, por suerte, suenan sustancialmente mejor. El caso es que no los conocía. Cuando anunciaron el disco, teniendo en cuenta que era un disco de reunión tras un periodo de hiato, empezaron a copar bastante interés y, claro, inevitablemente nuestros caminos se cruzaron.
No Sueltes lo Efimero es excelente. Hay poco más que añadir, porque es uno de esos raros ejemplos en los que todo está perfectamente engrasado y funciona al servicio de una idea clara, dando cuenta de una madurez muy bien llevada, y dejando patente lo que quiere contar y, sobre todo, cómo. El álbum es intenso, en un sentido literal. Todo en el disco suena contundente a pesar de su querencia slowcore. En general, la afectación de la voz y la longitud de los fraseos, apoyada en los crescendos controlados y en las guitarras que arrebatan y saturan el conjunto, le aporta una dimensión verdaderamente visceral, rasgo que apoyan las letras de Jair Ramírez. Todo, en este disco, es hipnótico y tan efímero que, en efecto, no querrás soltarlo. A mí me ha resultado muy complicado no escuchármelo dos o tres veces seguidas.
That's the Price of Loving Me – Dean Wareham
En marzo de este año, se me ocurrió que valdría la pena ir a ver a Dean Wareham en concierto. Tocaba al lado de mi casa y, la verdad, me apetecía bastante. No lo había escuchado mucho, ni en su etapa en solitario, ni con Luna o Galaxie 500, pero, aun así, pensé que sería un buen concierto. No me equivocaba. Fue una de las mejores noches que he tenido la suerte de vivir en este tiempo, quizá junto con la espectacular maestría de Superchunk y el concierto de Jeff Rosenstock, que fue increíble. El set elegido fue prácticamente todo este disco, de principio a fin, y quedé completamente enganchado. Salí de allí como andando sobre nubes y, claro, mi interés por el disco y por él, en general, se acrecentó de forma exponencial.
El disco es exactamente lo que cabría esperar de un señor que tiene una carrera tan excelente desde hace tantísimo tiempo. Dean Wareham ha cabalgado —muchas veces señalando el camino— los vientos de todas las tendencias de los 80 y los 90, y nunca ha dejado de ser relevante. No en vano, es una de las mentes responsables de tótems como On Fire con Galaxie 500 o Bewitched con Luna, ambos discos tan significativos como parada imprescindible en cualquier trayecto por la famosa izquierda del dial. No es ya el legado que proyectan, ni que sean la base del dream pop o el slowcore, es también la excelente calidad de sus composiciones y el exquisito gusto en su creación. Vamos, hablando claro: son discazos. Y este que nos ocupa, pues también.
Haciendo gala de su característico estilo, el álbum se compone de unas guitarras etéreas y minimalistas, bastante accesibles, con algunos arreglos que por momentos evocan lejanamente el sonido de Galaxie 500 —tan de moda últimamente—, pero dejando claro que es el disco de un señor mayor capaz de filtrar su mensaje de una forma clara y certera. Pero un señor mayor, al fin y al cabo. Esto último, al igual que ocurría con Kim Gordon, Kim Deal o Robert Forster, no es para nada un lastre. Más bien al contrario: es positivo y, personalmente, lo aprecio mucho. Al final, se trata, tan solo, de hacer buenas canciones. Así de sencillo.
7 Songs for Spiders – Dax Riggs
Este disco es un poco especial para mí. De hecho, en la primera versión de esta entrada no lo había incluido. Sin embargo, me gusta lo suficiente como para darle su lugar en mi pequeña lista. Personalmente, me parece uno de esos ejemplos en los que, a pesar de contener algunos aspectos claramente fallidos, tiene la suficiente entidad como para resultar interesante por sí mismo. El típico disco que, fuera de
, (de donde lo saqué yo) no veréis reseñado en ningún sitio porque no responde a ninguno de los paradigmas actuales.Para entendernos: 7 Songs for Spiders no es lo suficiente folk para participar del auge de propuestas como Wednesday o Big Thief; no es metal, ni es tampoco avant-garde en el sentido en que lo entiende Kristin Hayter. Lo que Dax intenta es trascender la etiqueta del stoner de pantano y acercarse a una propuesta de cantautor blues, sin abandonar del todo quién es o, más bien, quién fue. Esto no es algo nuevo y lleva presente en el imaginario desde tiempos inmemoriales. Señores sensibles y malditos, en mayor o menor medida. Algunos grandes ejemplos los encontramos en el malogrado Mark Lanegan, pero también en Jeff Buckley, el más longevo Nick Cave o el más dinámico Jack White. Es más, este arquetipo es tan recurrente que incluso Manson pretendió reconvertirse en esta dirección con un disco que, de no ser porque es un ser absolutamente despreciable, podría ser vagamente reseñable. Todos ellos se encuentran claramente emparentados con la propuesta de The Gun Club, aunque cada uno le ponga elementos de su propia cosecha y lo transforme en algo completamente diferente. De esta forma, como es lógico suponer, Dax tira al pantano, al metal que inventó en una especie de reinterpretación del sludge de Acid Bath y a su propia lectura del hillbilly.
7 Songs for Spiders es un disco denso, gordo, pasado de emoción y un poco interpretado de más. Con voces graves, con mucha impostura. Por momentos es incluso un poco cursi, y si no entras, puedes llegar a preguntarte qué haces escuchando esto en un lapso de tiempo sorprendentemente corto. Sin embargo, también es un disco muy atrevido. Es más: que sea fallido no debería alejarnos del hecho de que es bastante valiente al plantear un discurso tan claramente masculino y tener éxito sin ser ofensivo o turbio. Además, no nos confundamos: es bastante autoconsciente, y esto ayuda mucho a posicionarse. No estoy develando ningún secreto si digo que este fue, durante mucho tiempo, mi lugar natural. Uno que he abandonado conscientemente en los últimos años, pero que Dax me ha invitado a habitar de una forma diferente, hogareña y muy confortable. No será el disco del año, pero el mundo es un lugar demasiado feo como para vilipendiar este disco que, en el peor de los casos, se queda en 28 minutos de un señor intentando convencerte de que su blues con cosas mola.
Death Hilarious – Pigs, Pigs, Pigs, Pigs, Pigs, Pigs, Pigs
Casi 10 años y toda una trayectoria les ha costado convencerme de que me los tomase en serio, y este probablemente sea el disco menos serio de los cinco que tienen. Bonita paradoja para alumbrar un idilio tan intenso como interesante. Death Hilarious es, desde mi punto de vista, la consagración que esta banda de nombre tan curioso necesitaba, tras tres discos menores e incapaces de volver a emocionarme. En especial, el de 2023, Land of Sleeper, que no solo es aburrido: es que no hay por dónde pillarlo. Y los dos anteriores que, para mí, apuntan un poco en todas direcciones y se pierden en una idea un tanto vaga y difícil de aprehender. Con todo, Pigs x7 no son una banda que se quede mucho tiempo en el mismo sitio y se caracterizan por estar continuamente empujando su propuesta hacia nuevos lugares. Razón por la cual, siempre vale la pena echarle una escucha a su nueva propuesta.
En su nuevo disco, Death Hilarious, Pigs x7 se zambullen de lleno en la vertiente del sludge que más me interesa. Siguiendo la estela de bandas británicas como Electric Wizard, se arrojan al barro y se revuelcan en él como los cerdos que inspiran su nombre, explorando texturas densas con riffs pesados, arrastrados, y construcciones que se cuecen a fuego lento, con una deliberada pausa en cada desarrollo. El sludge, en términos generales, se ramifica en tres grandes corrientes. Por un lado, la inglesa, con representantes como Godflesh o Iron Monkey, que tiende hacia el metal extremo y el industrial. Y por otro, dos ramas norteamericanas, ambas profundamente influenciadas por Black Sabbath: una más próxima al hardcore, como la escena de Nueva Orleans con bandas como Down o Acid Bath; y otra más orientada hacia la psicodelia stoner más densa, en los márgenes del doom. Pigs x7, como yo, se alinean claramente con esta última, dejando ver la huella de grupos como Sleep o incluso Melvins. Sin embargo, no renuncian del todo al barro británico, integrando ciertos ecos del sludge inglés en su sonido. El resultado es una mezcla robusta, contundente y fiel a la tradición del género, pero con una personalidad tan propia como apetecible. La participación del rapero El-P de Run The Jewels es un tanto meh, todo sea dicho.
Cowards – Squid
Ay, mis queridos Squid. Qué banda, qué nivel. Llegados a este punto, nadie debería dudar de este grupo que lleva una trayectoria absolutamente impresionante, tan contundente como desafiantes son sus discos. En el año de O Monolith (2023) ya se encontraban entre lo mejor del año y en este, con Cowards, de nuevo, son un claro contendiente.
Squid, como ya demostraron con sus anteriores entregas, siempre han sido una banda difícil de encasillar. Muy próxima a la revisión del post-rock de raigambre Slint por parte de la escena de Windmill, tienen una entidad claramente diferenciada y eso es algo que les hace destacar. Además, obviamente, son de las pocas bandas originales que sigue en activo. Son post-punk, sí, pero con desvíos constantes hacia el krautrock, el jazz y, en definitiva, todo aquello que suene ligeramente incómodo. Cowards, como adelantaba al principio, no cambia esta fórmula, pero sí que la aprieta. En cierto sentido, la comprime y le lima las aristas.
A diferencia de O Monolith, este es un álbum directo, algo ansioso y bastante menos dado a las concesiones. Menos dispuesto, en definitiva, a respirar que su predecesor. Aquí todo suena como si estuviera a punto de estallar: la batería va pasada de revoluciones, la voz bien subida de emocionalidad y los sintetizadores se retuercen como si tuvieran vida propia. No es un disco accesible, no es un disco fácil, pero la urgencia nunca fue un lugar idílico. En definitiva, Cowards cuenta con menos ensoñaciones y muchos más golpes. Y eso, esa pulsión, les sienta verdaderamente bien. Yo lo he disfrutado, diría que incluso más que O Monolith y bueno, “Blood on the Boulders” es un temazo.
Cotton Crown – The Tubs
Cotton Crown es el segundo largo de The Tubs. Su anterior álbum, Dead Meat, ya lo reseñé en su momento y ocupó una posición bastante destacada entre lo mejor de su año. Su propuesta, muy próxima al jangle de bandas como R.E.M. —aunque no exactamente—, me pareció algo verdaderamente arrebatador y disfruté todos y cada uno de los escasos minutos que lo componen. Aun hoy, a veces me descubro volviendo al disco, y me sigue pareciendo verdaderamente bueno. Y, bueno, por la pequeña historia: es una de las cosas que me perdí por culpa de la DANA, ya que tenía entradas para el concierto que iban a dar en la Sala El Loco el día 10/11/2024. A ver si tengo suerte y vuelven a girar con este segundo.
El concepto tras Cotton Crown es un poco más profundo y más íntimo que Dead Meat. Este hecho ya queda patente desde la portada, en la que vemos a la madre de Owen, Charlotte Greig, amamantándole. Greig era una conocida cantante folk inglesa y periodista musical. Tiene artículos en revistas como Mojo o medios como la BBC. Murió en 2014 víctima de un suicidio, tras superar un cáncer de mama y que le extirparan los dos pechos. Una historia muy triste, que alumbra un disco cargado de emociones y que sirve de contexto para comprender lo que nos vamos a encontrar.
The Tubs, por su parte, dejan mucha de su querencia jangle en Dead Meat y se lanzan, de lleno, a un sonido fresco y muy potente, heredado de la mejor tradición del power pop de Sugar. Aunque ellos se digan a sí mismos deudores de Hüsker Dü, sus guitarras dicen que no: que les va mucho más Sugar. De esta forma, suenan ágiles, musculosas y potentes, perfectamente encuadradas en el espíritu que pretenden transmitir y siempre al servicio de un mensaje tan doloroso como bello. En este punto es quizá donde más se alejan de Hüsker: no hay tanta rabia en su repertorio como sí mucha nostalgia, trufada de dolor, sí, pero muy evocadora y muy rica en unos matices que resultan de lo más emocionantes. Para mí, es uno de los mejores discos de este año, sin ninguna duda. Uno de los que más me he puesto y uno que, sinceramente, adoro con todas mis fuerzas. Bob, amigo: si no lo conoces, dale un tiento. Owen ha sacado un disco tuyo, infinitamente mejor que el tuyo.
Buyer Beware – The Men
Y llegamos al último de esta larga lista con el que probablemente sea mi disco del 2025. No tengo muchas dudas de esto, además de porque es un disco excelente, porque para mí tiene un significado muy profundo. Corría el 28 de febrero de 2025, yo estaba trabajando en Elx desde hacía una semana y me acercaba a este Buyer Beware con mucha reticencia. Hasta este disco, no había visto nada en The Men que me llamase la atención, no había conseguido conectar con su propuesta y, su anterior disco, el New York, era considerado por mí como una absoluta castaña. Un disco sin ningún interés. Pues bien, impresionantemente, todo eso cambió con una única escucha de esto y, además, la cadena de acontecimientos me empujó de lleno a buscar mis propios orígenes en el Garage rock y en toda la tradición detrás de la psicodelia, las guitarras y la ansiedad del rock. Ya os adelanto que terminó conmigo vendiendo mis FoW y comprándome una Telecaster. Es impresionante cómo un disco puede cambiar tanto la percepción, incluso de uno mismo.
Buyer Beware no se esconde. El disco suena a garage, suena a Iggy Pop, suena a Black Sabbath y suena a los Mudhoney de My Brother the Cow, un poco más cabreados y con mucha más mala baba. Un disco que va duro, directo y sin contemplaciones desde el minuto uno, que no se guarda nada para después y que se quema, inexorablemente, como una mecha encendida desde que lo pones hasta que se acaba. Una experiencia intensa que no gustará a todo el mundo, pero que es disfrutable como pocas. Todo esto, además, se ve fuertemente enfatizado por la producción de Travis Harrison, también responsable del excelente Welshpool Frillies de Guided By Voices, que lo graba en cinta y en directo, dando cuenta de esa crudeza extrema. Concentra, en 13 pistas y 34 minutos, todo lo que me gusta. Mucho Birmingham, mucho Detroit, mucho fuzz y muchísimo barro y miel.
Exactamente igual que cuando escuché Plastic Eternity, el disco de 2024 de Mudhoney, Buyer Beware me ha enganchado tanto, que ya forma parte de mí. Por cierto, después le di una segunda oportunidad al New York, el de 2023, y oye, es señor disco. Menos guarro y menos ansioso, pero igual de interesante. Creo que yo no sería la misma persona si nunca lo hubiese escuchado y, la verdad, es muy complicado encontrar discos que sean capaces de conseguir eso.
Hasta aquí el repaso. En un par de semanas estoy de vuelta, ya con listas más cortas y accesibles. Gracias por aguantarme el rollo y poneos cómodos, se inicia una nueva etapa en tinkernet.