Los Planetas adelantaron a Extremoduro porque quise hacerme el interesante y pretender hablar de At The Drive-In y, mira, no. Hablaré de ellos más adelante, pero no, amigos, Ana y María, ni soy tan sofisticado ni mi pequeño rincón del mundo era tan grande como para incluir a At The Drive-In desde tan pronto. Antes de internet, como comentaba mi querido amigo
en su recién estrenada newsletter “Viernes en Kiribati” (por favor, no dejen de echarle una suscripción porque bien lo vale), la vida era muchísimo más lenta, los discos pesaban muchísimo más y uno estaba a expensas de casualidades del todo inesperadas. Casualidades, como la que me llevó a mí a escuchar a Extremoduro en un viaje escolar a Poitiers en 1996 y, al volver a casa, cruzarme con el disco equivocado en La Pirámide Musical. Este es un viaje de crecimiento, con un final tan duro como inevitable.Caí primero en el Agila y caí en el momento exacto. Recién entrando en la adolescencia y, como todo y todas, me entregué a aquello sin remilgos. Nirvana impresionaba mucho, pero solo estaba entendiendo la mitad de lo que había en Nevermind. Con Extremoduro, en cambio, lo tenía todo. Absolutamente todo. Desde relatos profundamente emocionales, pasando por narraciones de drogas que no entendía, desamor, autodestrucción, violencia, hasta cosas verdaderamente punks y, todo eso, en perfecto abierto, sin ninguna supervisión y en riguroso castellano. Siempre me ha fascinado cuánto de negligente hay en la maternidad y la paternidad y cuántas vidas ha salvado la música, del tipo que sea. A mí, desde luego, Extremoduro me la salvó, aunque, inevitablemente, parte de crecer implicó cerrar la puerta a muchas de sus canciones, que hoy son cuestionables, como poco. Si Nirvana puso la melodía a mis años de dolor y oscuridad, Robe Iniesta puso las palabras, y con ellas aprendí a llamar a las cosas por su nombre. Nunca hay que tomar a la ligera el poder de llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, un genocidio es un genocidio.
Retomando un poco el hilo, fue So Payaso el que me introdujo, su primer gran hit más o menos serio y, a mi juicio, uno de los temas más aburridos de toda su discografía. Sin embargo, hasta que apareció, toda la carrera de Extremoduro había sido un continuo desastre, trufado de autosabotajes, destrucción manifiesta y victima, durante años, de la adicción a la heroína. Un continuo ir y venir de conciertos de mierda, grabaciones a medio gas y discos a medio cocer. Pero cuando publicaron Agila, en el año 95, por lo que sea, consiguieron leer el espíritu del momento y lo conquistaron absolutamente todo. Hay algo de gesta en esto porque, aunque no sea el mejor grupo ni tampoco el que practicaba un discurso musical más interesante, sí que significa el triunfo de una generación de músicos que llevaban muchos años en el margen. Ellos solo tuvieron la suerte de que su sonido fue más sencillo de domesticar y encajaba mejor con la radiofórmula del momento, pero son muchos los que aun quedan a la izquierda del dial. Por otro lado, para la banda, lo que vino después es ya historia de la industria cultural española, incluso su aciaga separación en la incipiente pospandemia.
Cuando volví de aquel viaje, debia tener unos 11 años, les pedí a mis padres que me compraran el Agila pero, como no tenían muy claro de qué les estaba hablando, me llevaron a la Pirámide Musical para que yo lo comprara. Y claro, yo tampoco tenía mucha idea, así que cogí el primer disco de Extremoduro que encontré: Rock Transgresivo, pero el de Avispa, no el que DRO publicó años después. Vamos, la primera maqueta del grupo, que la discográfica les había robado y revendido de forma ilegítima. De esta historia me enteré muchos años después, gracias a unos libros de música que publicaba una editorial, de nombre La Máscara, que estaba en ese mismo centro comercial y que ahora es una heladería. Este hecho, completamente fortuito, cruzarme con el Rock Transgresivo de Avispa, en realidad lo cambió todo y es la explicación más clara de por qué no me gustan algunas cosas de raigambre tan castiza y soy un devoto admirador de los Ramones, de la Velvet Underground, de mis amados Television o de Iggy Pop. Esto, claro, no lo supe entonces, pero quedó grabado en mi educación musical para siempre y he recorrido muchos caminos buscando aquellas primeras influencias.
El disco, como no puede ser de otra manera, es una soberana mierda. Está grabado prácticamente sin medios; imaginaos lo que debía ser grabar ese disco en la Extremadura de 1989. Pero es pura visceralidad punk y eso es algo con lo que conecté enseguida y, hasta hoy, el recuerdo de canciones como La Hoguera, la inédita en aquel momento Amor Castúo y, sobre todo, Decidí y Romperás, me siguen emocionando y, en su momento, fueron objeto de verdadera obsesión adolescente. Es Robe Iniesta quien, a fuerza de machacar su guitarra y destruirse por mí, me enseñó el lado salvaje de la música, el lado en el que ya, siempre, quise habitar.
Los discos que le siguen son de una calidad bastante irregular y no creo que revistan más interés, salvo quizá Deltoya. Este ya está grabado con cierta normalidad y, aunque la banda seguía siendo muy inestable, ya hay cierta continuidad y cierto proceso conjunto. Se nota, sobre todo, en lo consistente de su propuesta. Aunque ya es mucho menos punk, aún mantiene cierta potencia y su sonido aún se mantiene cercano al original. Para mí, Volando Solo, De Acero, Deltoya o Estado Policial, ya me parecen temazos, pero es que además contiene Ama, que es un tema que me sigue encantando y emocionando. Para mí fue su mejor disco hasta la llegada de La Ley.
Sé que habrá quien me lo discuta e insista en que Agila es mejor. Bueno, es posible que Agila esté mejor hecho y que las ideas estén más claras. A fin de cuentas, para cuando se graba la banda ya estará prácticamente establecida, ya cuenta con la participación de Uoho y Robe, en general, estará mucho más calmado. Esto es evidente en la mejoría en el apartado de las letras, que destacan por ser las que mejor ha escrito, sin duda alguna y casi me atrevo a decir que escribirá nunca. Hay quien sabe que esta aseveración es un hot take porque jamás he escuchado nada después de La Ley. Pero, una simple revisión de letras como Buscando una Luna, Prometeo en menor medida, Sucede o ¡Qué sonrisa tan rara!, con la inestable participación de Albert Pla, ponen de manifiesto a un Robe en estado de gracia, inspirado, con muchas cosas que decir y, en especial, con un manejo novedoso, inteligente y bien hilvanado de una voz tan particular como reconocible. Es su cenit como escritor. Aunque, en lo musical, siempre me pareció que las canciones habían perdido aquello que hacía que Extremoduro me gustase de verdad. En general, las canciones ahora eran mucho más planas y se habían dejado toda su fiereza por el camino. El torrente emocional, desbocado y sin frenos, la ansiedad y el malestar, se había tornado en una expresión mucho más artificiosa y, en general, sonaba todo más falso. El giro hard rockero, que sigue a la incorporación de Uoho, ahondó en esta sensación y, en general, toda su época dulce a mi no me gusta nada. Poco a poco, por tanto, me fui alejando y los fui abundando en ese rincón de mi corazón, acorazado como un callo. El parche de Extremoduro de mi Eastpak se terminó cayendo y su lugar lo ocupó uno de Nevermind y así, año a año, me fui haciendo mayor. O, al menos, eso pensaba yo.
Hasta que llegó 2008 y, con él, todo se volvió un poco más oscuro y un poco más complicado. Coincide, de nuevo una casualidad inesperada, la publicación del álbum con el fallecimiento de mi abuela que, visto con perspectiva, era uno de los pocos referentes familiares que he tenido. Los primeros discos, por ejemplo, me los compró ella, en las tiendas de discos de la feria de Requena, sin entender absolutamente nada de lo que eran Reincidentes, Extremoduro, Barricada o La Polla. Si hubiese leído algo de todo eso, lo mismo le daba un síncope. O no, nunca lo tuve muy claro porque la generación de la guerra es y será siempre un total misterio. A mi, me gusta pensar que en realidad era perfectamente consciente de la puerta que estaba abriendo y, en parte, lo hizo adrede. El caso es que esta causalidad, aunque lejana, me empujó a ver La Ley Innata con otros ojos y levantar el veto que les había puesto unos años antes y vaya último regalo me hiciste, abuela. Quedé absolutamente encandilado desde la primera escucha. ¿Qué era todo aquello?
Sonaba a Extremoduro, pero era verdaderamente sofisticado. Había fiereza: Dulce introducción al caos es puro nervio, y había una sinceridad arrolladora, aunque también algo artificiosa, lo que en realidad le añadía capas de complejidad y lo convertía en algo completamente nuevo en el repertorio de la banda. Aunque lo que más me sedujo fue la constatación de que, por fin, habían conseguido integrar todas las partes del discurso que llevaban, tanto Robe, como ya con Uoho, intentando sintetizar durante todos los años de la trayectoria, en un mensaje claro, directo, contundente y coherente. Tan coherente como la suite que forman los seis temas que lo componen de forma que da igual donde lo pilles, el disco siempre fluye, inexorable, una y otra vez, sin más principio ni más final que donde decidas ponerlo o pararlo. Como la vida misma.
Para mí, donde más excepcional resulta es en el sonido que maneja. Es todo lo que yo siempre había visto en Extremoduro, condensado en los 45 minutos que dura. Es punk, es hard rock—un poco más de lo que querría—y consigue meter expresiones propias del Estado español, sin que quede forzado o suene artificial. Quizá este es el hecho diferencial más evidente, porque retoma muchas de las enseñanzas de Agila, pero consigue no sonar tan preconstruido como entonces, a pesar de la producción que tiene detrás. Más bien, al contrario, aquí suman capas de emoción al relato general y es capaz de sublimar toda una serie de mensajes que encuentran un vehículo expresivo inigualable. Todo esto, claro está, al servicio de un relato narrativo que, a pesar de que ser excelente, mantiene el tipo de una forma bastante decente. Desgraciadamente, determinadas opiniones, con el tiempo, cambian y algunas declaraciones o posiciones acusan más el paso del tiempo que otras. En cualquier caso, es un mal menor en un disco que brilla como uno de los mejores y más ambiciosos esfuerzos de cuantos se han hecho en el estado, fácilmente en las dos ultimas décadas.
Yo, personalmente, no puedo más que deshacerme en halagos con este álbum, que representa un antes y un después en mi vida. Con este disco, sentí que todo lo que habíamos pasado juntos era una travesía hasta llegar a este punto y que había llegado el momento de soltar lastre. A partir de ese momento, Extremoduro ya nunca fue un grupo, fue, y sigue siendo, La Ley Innata. Como he mencionado antes, nunca más he vuelto a escuchar nada de Robe, ni de antes, ni de después y no pienso hacerlo. No lo haré, porque tengo la certeza de que jamás va a ser más interesante que lo que es en estas canciones. Para mí, representa el único destino posible para su carrera y un punto y final tan pesado como definitorio. No solo con Extremoduro, también con mi vida hasta ese momento. Al año siguiente, en 2009, me iría a París y daría comienzo la siguiente etapa. La etapa en la que empecé a salir del pozo. Aunque aun quedaba tocar fondo del todo.
Este post, expresamente visceral y poco editado, pretende ser un homenaje sincero y emocional a una era, la de los tenderetes de las ferias, ya extinta, a esa época en la que no existía internet y teníamos acceso a lo que había en nuestra pequeña porción de mundo, a Extremoduro y, sobre todo, al caprichoso azar que quiso que en El Corte Inglés vendiesen aquel disco trucho y no oficial. Si todo esto no hubiese ocurrido de esta forma, yo hoy sería un imbécil de nuevas generaciones, de capeas e indietex. Así que, aunque haya sido tortuoso casi siempre, doloroso muchas veces y confuso siempre, gracias. Siempre seré un indio y nunca, un importante abogado.
Robe, si lees esto, sé que entenderás que no te preste la más mínima atención. Ambos sabemos que te vaciaste con ese disco y que jamás te vas a volver a encontrar. Si no, mira a Sabina.
Iñaki, te deseo lo mejor. Ojalá te recuperes y vuelvas a tocar. Te debo todo lo que sé de New Wave of British Heavy Metal, mi amor por Iron Maiden, por Judas Priest, e incluso aquel concierto de Motörhead pero, sobre todo, a Black Sabbath. Sin tus solos, nunca en la vida hubiese entendido nada. Si vuelves a pasar por el Peter, iré. Prometido.
Y, por último, Gracias, Extremoduro, por todas y cada una de las horas, minutos y segundos que he pasado en tu compañía. Has sido el gran grupo de mi vida, el primero de todos ellos, el principio más primigenio y, como tal, elijo dejarte marchar. Hasta siempre. Nos veremos, mecidos, en la estela del siguiente segundo.
Eduardo Vicent Clemente
¡Qué guay leerte sobre Extremo, Edu! No los mencionas, pero “Yo, minoría absoluta” es un discazo cósmico, que pegó un pelotazo sideral en nuestra Españita, y que los hizo mainstream de verdad, y “Material defectuoso”, que no es tan guay como La ley innata, sigue siendo un disco excel. Larga vida al Robe, aunque no quieras saber nada de él ;)
Vaya tela... este ha llegado a lagrimilla. 🥹 Me sorprende que en 3 entradas ya lleves 2 de mis discos favoritos de todos los tiempos... Gracias <3