#06/50.Black Sabbath - Paranoid (1970)
Un traje hecho a mi medida
Este es un post que tenía muchísimas ganas de escribir, tanto que me he pasado casi un mes dándole vueltas a lo que quería contar y no he conseguido darle forma hasta ahora mismo, a escasas horas de publicarlo. Hoy, como ya os imaginaréis, tampoco voy a hablar de Relationship, porque me voy a desnudar como creo que no lo he hecho hasta ahora. O sí, aunque no en este espacio. El caso es que voy a hablar de Black Sabbath y, más concretamente, de Paranoid, su segundo disco, publicado casi en el mismo año 69 que el debut y que encierra en sus surcos todo lo que me gusta. Todo, todo y todo, como aquel anuncio de Catalana Occidente.
La primera vez que supe de su existencia fue en una entrevista que leí al líder de los Smashing Pumpkins en una revista de aquellas de la era dorada de los quioscos. Heavy Rock se llamaba. Cómo de diferente sería este post si la revista hubiese sido Rockdelux, es algo en lo que me gusta pensar. El caso es que Corgan se deshacía en halagos y contaba profusamente la epifanía que resultó escuchar el disco en su juventud. A decir verdad, no tengo muy claro si este recuerdo me lo he inventado, porque con los años me parece más lógico que fuera fan de la época de Dio. Quién sabe. Total, por aquel entonces yo era muy joven, no me gustaba mucho la música en inglés, Black Sabbath eran los de los noventa y no existía internet. Nunca di el paso de comprobar en qué punto se emparentaban los Smashing con Black Sabbath. Años después llegarían Black Flag, con esa segunda cara de My War, y el aforismo de Rollins: solo puedes fiarte de los seis (que yo acortaría a los cuatro) primeros discos de Black Sabbath y de ti mismo. Luego Alice in Chains y su Dirt, y ya se volvieron ineludibles cuando, a través de Kyuss, descubrí lo que era el sludge y, en concreto, el sonido de bandas como Sleep. Sin embargo, no tengo muy claro cómo este disco, en concreto, llegó a mi vida. Sencillamente, un día Paranoid se convirtió en ese disco y ya nunca ha dejado de serlo. He vuelto a sus canciones una vez y otra, y otra, y otra, y otra, de forma absolutamente obsesiva. Hoy quizá vuelvo menos, pero siempre lo llevo conmigo. Fue el primer vinilo propiamente mío, que tuve mucho antes de tener tocadiscos, amplificador, casa e incluso vida propia, aunque fue un regalo.
Quizá se pueda argumentar que el debut es mejor disco. Desde luego, más rompedor es. Las bases garageras, matizadas por una manera tan concreta de entender el mundo, ese juego relativamente infantil y, a la vez, adorable, de querer ser un grupo de terror. Como el terror de las películas del monster verso de la Universal. El gris de las fábricas de Birmingham, la total carencia de un futuro deseable, la falta de escolarización y el abuso de drogas sirven de pistoletazo de salida para un disco que exuda modernidad en todos y cada uno de sus temas. Esto se prolongará en Paranoid, aún movidos por el mismo espíritu, algo normal si tenemos en cuenta que uno se grabó durante la gira del otro. Aunque, a nivel de expresión y de narrativa, la cosa cambiará un poco, siendo Paranoid un disco más cohesionado a nivel de narraitva que el debut. Quizá cualquiera de los dos que le siguen, Master of Reality o el Vol. 4, ya más asentados en un sonido identificable y bien trabajado, más hard rock, puedan ser mejores. Es verdaderamente difícil decidirse por uno, y es que, en total, estamos hablando de una suite de cuatro discos que sienta las bases de grandes movimientos como la New Wave of British Metal, el grunge, el stoner o el hardcore, además de ser la piedra filosofal, el vértice del diagrama de Venn, de algunas de las generaciones más prolíficas, creativas, inspiradas y capaces de cuantas han existido, y todo en escasos tres años, del 69 al 72. El caso es que cualquiera podría ser el mejor, pero yo me voy a quedar con esa obra tan perfecta y tan querida que es Paranoid.
Si algo destaca en Black Sabbath es el innegable virtuosismo del guitarrista Tony Iommi, aquí en total y absoluto estado de gracia, capaz de convertir los riffs de su guitarra en un vehículo de expresión característico, sincero, brutal y directo. Pero es que, además, está Ozzy en la ecuación, aportando una interpretación vocal visceral y salvaje, a la vez que una predilección por la experimentación y la creatividad, como pone de manifiesto la propia Planet Caravan y los efectos que fue capaz de crear con un simple megáfono pegado al micrófono. A todo esto se suman Geezer Butler y Bill Ward, bajo y batería respectivamente, que aportan a la ecuación un pulso dinámico, orgánico y enérgico que sirve para sostener toda la atmósfera, no solo del disco, también de la carrera del grupo de forma general.
En lo que respecta a Paranoid, el disco abre con War Pigs, una crítica nada velada contra los señores de la guerra y, en concreto, contra la guerra de Vietnam. De esta forma se canalizan la rabia y la desesperanza de toda una generación atravesada por la alienación y la desilusión, que sirve de introducción a la narrativa y el relato de todo el disco. Sigue con Paranoid, ahondando un poco en la misma temática oscura y apocalíptica, y de repente aterrizamos en Planet Caravan, uno de los mejores temas del álbum y del rock en general. Aquí actúa como descargo. Un pequeño remanso de paz antes de encarar la recta final del disco, compuesta por tres temas que son leyenda: Iron Man, Electric Funeral y Hand of Doom. Cada uno de ellos, con sus propias historias, sigue poniendo de manifiesto esa visión particular del fin del mundo, dando cuenta del pesimismo y del terror de su propia época y de la desesperanza motivada por sus circunstancias personales, atravesadas por un éxito tan repentino como vertiginoso. Por último, se cierra con Rat Salad y Fairies Wear Boots, que no se separan de la misma temática y siguen profundizando en el apocalipsis, la adicción y la guerra. Rat Salad, en concreto, es especialmente destacable porque cuenta con un solo de batería que es una explosión de virtuosismo y experimentación rítmica bastante poco común en la obra del grupo.
En lo personal, le debo muchísimo a este disco y me he descubierto y reconocido en todas sus canciones en algunos momentos de mi vida. La primera vez, la primera puerta de entrada, fue el riff de Electric Funeral, pesado, repetitivo y, en cierto sentido, anticipable. Es seminal y anticipa todo lo que me gustará de la música de los noventa. Luego fue Planet Caravan, a la que llegué, un poco desviado, por la versión que publicaron Pantera —grandes deudores de su sonido— en su archiconocido Far Beyond Driven. Esa reinterpretación de la psicodelia marciana e hipnótica y esa voz lejana, sin duda, dejaron una impronta en mí que aún hoy es patente y claramente marcada en todas y cada una de mis preferencias. Ahora bien, la canción que me unió en cuerpo y alma, y que hizo que me comprometiese para siempre con Black Sabbath, fue Iron Man. Hay algo banal en reconocer que tu canción favorita es la que todo el mundo conoce, la que es banda sonora de una película del MCU y un tema que está en todas las listas de grandes éxitos; son raras las veces en las que tienen razón, pero esta es una de ellas.
La letra narra la historia de un hombre que, tras ser transformado en una figura de hierro, viaja al futuro y presencia la destrucción y el sufrimiento que le esperan a la humanidad. Con este conocimiento regresa al presente con la intención de advertir a la humanidad, y esta lo ignora y rechaza por completo, mientras su traje de hierro lo ata al suelo y evita que se mueva. En este contexto empieza a sentir un creciente rechazo hacia aquellos que había venido a salvar y desarrolla un profundo y visceral desprecio que, a la larga, terminará transformando su ira en la necesidad de vengarse de todos ellos, desatando, a su vez, el poder destructivo que acabará con la humanidad. Pues bien, durante muchísimos años estuve convencido de que yo mismo era como este Iron Man y que su traje era mi traje hecho a medida. La metáfora de mi pequeño lugar en el mundo y, en última instancia, la materialización de un sentimiento de alienación y alteridad tan real como profundo.
Para contar esta historia tengo que exponer de forma pública algo que he contado muchas veces, pero que aún considero íntimo, hasta cierto punto privado, y es que yo, al igual que Ozzy Osbourne, tengo dislexia. Se habla muy poco, creo, de las dificultades que esto encierra. Tanto, que muchas veces resulta complicado identificarlas, por puro desconocimiento, y se tiende a ser víctima de abusos de los que ni siquiera uno es consciente hasta que un día explotan en la cara. Muchos años de terapia me ha costado asumirlo y vivir con ello de una forma sana. Por tanto, yo, al igual que Ozzy Osbourne, he experimentado en mis carnes el maltrato de un sistema educativo incapaz de entenderme; he sido víctima de innumerables abusos por parte de profesores y compañeros; he sido expulsado de mi colegio (por suerte yo volví a ser escolarizado, aunque Ozzy no), y sigo, a día de hoy (casi de forma diaria), experimentando el paternalismo, la condescendencia y el no-dislexic-explaining. Es agotador. El caso es que, en este contexto, sentirse desafecto y alienado es tan fácil como activar ese resorte de resistencia contra un mundo verdaderamente hostil. Siempre controlando qué parte expones de ti mismo y siempre con cuidado de no leer mal algo y ponerte en evidencia. He perdido vuelos, de verdad, por esa coña recurrente de leer los minutos como horas; he suspendido exámenes por equivocarme y poner persianas, donde debía poner persona; y, sobre todo, he aprendido a no fiarme de nadie, porque nunca sabes quién va a ser el siguiente en burlarse, y duele mucho más cuando es un amigo o una amiga. En cualquier caso, por suerte para mí, yo tenía a Black Sabbath.
Este hecho, el ser disléxico, por ejemplo, es el que explica mi predilección por los ritmos pesados y repetitivos, preferiblemente sin voces e iguales en la medida de lo posible. No me cansan, más bien al contrario: me ayudan a canalizar mi propio flujo de pensamiento y me ayudan a mantener el foco de atención al apagar la gran mayoría de los demás estímulos. Cuanto más fuerte, más duro y más repetitivo sea, mejor para mí. Fue con Paranoid, luego seguiría con Vulgar Display of Power, terminaría descubriendo el sludge (ahora mismo estoy escribiendo esto con el Almost Heathen de Karma to Burn) y, ahora que me he hecho mayor y estoy un poco más viejo, me he entregado al American Primitivism y, en concreto, a Hayden Pedigo, con quien empecé a escribir. Fueron la guitarra de Iommi y la voz de Ozzy quienes me ayudaron a canalizar la necesidad de escribir y me permitieron conectar con esta parte de mi emocionalidad que hasta ese momento era verdaderamente complejo de expresar. Yo nunca sabré lo que es escribir y leer de una forma normal; un texto de unas dos mil palabras como este me cuesta alrededor de una semana escribirlo, y a veces ni siquiera, no hablemos ya de leerlo. Por eso muchas veces aparecen inconsistencias y cosas que no deberían estar, pero gracias a este aprendizaje y a todo el entrenamiento que he ido prácticando desde entonces, he sido capaz de mantener este espacio todo este tiempo. Para mi, aunque sea pequeño es un logro que comparto con todos vosotros y vosotras, con un gran orgullo todos los domingos.
Hoy sé que la letra no es de Ozzy y que el cuento no guarda ninguna relación con el hecho de ser disléxico. La letra es de Geezer Butler, el bajista. Pero durante muchísimo tiempo estuve convencido de que era una metáfora que representaba de forma tan certera y tan clara mi propia experiencia vital, que solo podia tener que ver con alguien que se sentia exactamente igual que yo. Era, literalmente, como si me estuviesen contando como se vivia la alienación, el dolor y la venganza que yo mismo albergaba en mi ser, como si todo eso tuviese un reflejo real y certero en otras personas. No estaba solo. Hecho que, como es lógico, se vio fuertemente reafirmado cuando supe que, en efecto, era disléxico también. Pero no, el cuento va de lo que va, y todo lo demás solo fue, como he dicho antes, un traje a medida que yo mismo me hice, un traje de hierro, para resistir el inmenso dolor que sentía todos los días y, a la vez, protegerme de todo lo que me rodeaba y que, durante mucho tiempo medió toda mi relación con el mundo que me rodea. Ozzy siempre dedicó mucho tiempo y esfuerzo a visibilizar la dislexia y se erigió en muchas ocasiones como un referente de exito y sin duda lo era (tambien de muchas otras cosas) y yo he querido, con este post, hacerle un homenaje, retomando su espiritu y compartir el regalo que me hicieron de la mejor manera que sé: escribiendo.
Donde quiera que estés, Ozzy, gracias.

