Originalmente, este post pretendía tratar sobre Relationship of Command. Es más, tenía ya una gran parte adelantada. Sin embargo, en un inesperadísimo giro de los acontecimientos, he tomado la decisión de virar hacia Super 8, de Los Planetas. Existen discos que, de alguna manera, te definen, esos que aparecen en el momento correcto y que ya no se separarán de ti prácticamente nunca. Los hay, también, que representan cosas que no te gustan, que te hacen ver partes de ti mismo que prefieres no ver, que te hacen sentir cosas, te dan ganas de destruir cosas y, luego, existe Super 8. Yo lo descubrí el año pasado. Sí, en 2024 y, desde entonces, estoy absolutamente obsesionado con él. He perdido la cuenta de las veces que he vuelto a sus canciones, que he retozado en sus melodías y le he dejado que me hiciera musicexplaining siempre que ha sentido la necesidad, porque a veces es un disco un poco impertinente.
La figura de Los Planetas siempre ha sido controvertida y está rodeada de un halo que a mí me resulta incómodo de trascender. Por eso, me van a permitir que pase de puntillas por este fango. A día de hoy, es incuestionable que Los Planetas son una de las bandas fundamentales del rock en castellano. Su andadura comienza alrededor de los 90 en la siempre relevante ciudad de Granada y, en cierto sentido, son los que consiguieron que los sonidos del noise-pop y el shoegaze encajaran en el sentir mayoritario de varias generaciones. A esto hay que sumar una actitud marcadamente carismática, y una capacidad inigualable para leer su propia carrera y llevarla, casi siempre, por terrenos interesantes. Una Semana en el Motor de un Autobús probablemente sea el disco más relevante de cuanto se ha hecho en el estado español en mucho tiempo. La importancia que tiene la banda para las siguientes generaciones de músicos y oyentes es innegable. Hacerlo, al menos para mí, sería un error tan garrafal como ignorar uno de los mayores talentos del rock en castellano. Lo digo por pura y pacata experiencia.
Sin embargo, siempre han sido mucho más que únicamente esto. No en vano, Isaki Lacuesta les hizo una película que terminó, de forma bastante absurda, en los Oscar. Por alguna razón, en aquellos primeros años 90, se generó toda una ola al albur de su figura y, como todo lo que alcanza determinados niveles de relevancia, terminó convertido en un elemento de polarización. Yo recuerdo claramente cuando los modernos o gafapasta (términos un poco añejos ya) miraban por encima del hombro, arqueaban las cejas y despreciaban cosas por guarros, sucios o cualquier otra estupidez de lo más snob porque Los Planetas. De más mayor, y ya estudiando sociología (como J, que también fue estudiante de sociología), a este esnobismo absurdo y ridículo se le añadió la ola justificadora de un discurso supuestamente nacional y su valor como música española. Cuando el discurso nacional necesita construirse, es normal que recurra a determinados referentes, en este caso, además, la banda no se resistía mucho, pero se vuelve problemático cuando se usa para despreciar a aquellos aspectos que desafían ese canon de alguna manera. Recuerdo, en un concierto de Manel en 2008, a un listo diciendo que eso que llaman indie en Catalunya, en España se llama Los Planetas. El españolismo, de nuevo, se terminó convirtiendo en una excusa para la exclusión. De todo aquello tenían la culpa Los Planetas. Putos Planetas.
En cualquier caso, volviendo a Super 8, me costó muchísimo tiempo quitarle esta pátina de puro esnobismo españolista y tontería que tenía encima y solo lo pude hacer gracias a ser capaz de trazar mi propio sendero hacia su sonido y su emocionalidad. Como entiendo que hacemos todos y todas, a fin de cuentas. Pero con ellos, me permitió construir un puente que salvara todos los desaires, después de una vida acumulando anécdotas reprobables. De hecho, es la razón que explica que esté escribiendo este texto sobre Super 8 y no sobre Una Semana. Si bien es cierto que en el segundo, su tercer álbum, ya han conseguido sofisticar su propuesta y es un disco monumental, altamente recomendable, es el primero el que sigue consiguiendo ponerme los pelos como escarpias y el que, de verdad, me habla directamente a un lugar íntimo, personal e intransferible.
Es escuchar el principio de 10.000, con esa guitarra rascada pasada expresamente de electricidad, ese riff y la voz que parece que me esté susurrando cosas que estoy pensando en ese preciso instante y yo ya estoy completamente dentro, en un estado de emoción tan subido que me derrito entero. Es más, pasados los dos hits famosos, es donde verdaderamente está la chicha y donde temas como Jesús, La caja del Diablo, ese temazo sideral y absoluto que es Brigitte o Rey Sombra dan cuenta de la magnitud inquebrantable de Super 8. Pocos discos, de la escena del estado español, han conseguido emocionarme tanto y, curiosamente, creo que ninguno es de fuera de Granada. Estoy pensando en nombres como Omega o Ramper. En fin, bromas aparte, Super 8 vale todos y cada uno de los minutos que lo componen.
A nivel de sonido, es interesante ver cómo está construido porque plantea una suerte de tercera vía a todo lo que estaba pasando en aquel momento, tanto dentro como fuera del estado. Personalmente, creo que esto es uno de los aspectos que lo hacen verdaderamente interesante y que, en última instancia, explica el éxito de la banda. La mezcla que plantean consigue, por tanto, aunar lo más interesante del rock que se estaba haciendo en Estados Unidos, como Pixies o Sonic Youth (en muchísima menor medida), por citar algunos referentes evidentes, y juntarlo con lo que plantean bandas como My Bloody Valentine (por personalizar el shoegaze en un nombre), Jesus and Mary Chain, Joy Division o incluso Spacemen 3 (cerrando el círculo con Sonic Youth) dando lugar a un sonido que es a la vez fuerte, introspectivo, reflexivo, sucio, cargado de distorsión y melodías absolutamente emocionantes, vibrantes e insondablemente emocionales. No tengo el suficiente conocimiento para saber cuál es la relación real con el Crooked Rain de Pavement, que fue lanzado solo unos meses antes, pero para mí es la llave que me permitió desbloquear la inmensa magnitud de Super 8. Si para cuando caí en Los Planetas no hubiese estado inmerso en Crooked, probablemente no hubiese sido capaz de entrar y mucho menos quedarme como lo hice. A veces, me gusta fantasear sobre cómo dos cosas se parecen tanto, aunque evolucionen desde lugares diferentes, y este es un caso bastante paradójico. No suenan igual, no, pero están queriendo plantear algo que es muy parecido.
En fin, que me voy por las ramas. Como decía, hay discos que te miran, discos que miras y discos que, como Super 8, te enseñan cosas. Este disco no fue una revelación, no me explotó la cabeza y no es que me pareciese increíblemente bueno. Tampoco hay nada que, a priori, no conociese previamente y, sin embargo, es un disco al que vuelvo obsesivamente al menos un par de veces todos los meses, un disco que tengo muy presente y un disco que disfruto muchísimo todas y cada una de las veces que lo escucho. Su potencia y su fuerza reside, a mi juicio, en su emocionalidad única, sincera y directa, su universalidad y su capacidad para traducir códigos extraños de una forma tan clara. Algo que, a mi juicio, no han conseguido repetir en ninguno de sus otros discos y que hace de Super 8 una obra única e irrepetible. Es un disco atemporal, que mira al pasado y al futuro, de tú a tú y, la mayoría de las veces, tiene algo que añadir.
Para mí, además, representa la oportunidad única de hacer las paces con un pasado que encuentra en este disco un símbolo muy potente. Representa, a la vez, todo lo que me perdí, tanto por el grupo y por el disco, como por los sonidos que contiene en su seno y todo lo que negué durante tantísimos años huyendo de querer ser ese tipo de persona que siempre me pareció deleznable, por decirlo suave. Por tanto, escucharlo ahora, es una manera consciente de superar todo aquello, de asumir lo esnob que hay en mi, de gozarlo, pero también de recordarme que no hay que ser tan tonto o tan inflexible, que Super 8 es muchísimo más que solo un disco, pero sobre todo de que existían muchas maneras de querer y transitar por Los Planetas, más allá de esa manera tan específica y concreta de estar en el mundo.
Ahora, contado todo esto, acaba de terminar La Caja del Diablo así que me voy a poner el primero de Korn y ya hablaré de él en otro momento. Mientras tanto, que les den a los modernos y larga vida a Los Planetas.
Brillante <3. Siempre cuesta describir esa emoción que se siente al escuchar Los Planetas y que hace que todo el mundo que no la haya sentido te tache de 'otro pesado fan de Los Planetas'. Y qué bueno hacer autocrítica si te lleva a descubrir discos como este... En mi caso, aunque pueda parecer exageración, me cambió la vida dos veces, en 2015 y este mismo año.