Voy a empezar por lo más obvio, y así nos lo quitamos de encima. Nevermind, durante muchos años de mi vida, lo fue absolutamente todo. Hay tantas cosas en mí, en lo que me gusta y en lo que me imagino que soy, que vienen de aquí, que ni yo mismo lo sé con certeza. Lo que sí sé es la primera vez que me crucé con Kurt Cobain. Lo tengo grabado a fuego en mi retina, y a veces aún revivo aquel encuentro de forma expresa y consciente. Vale, seguro que es un constructo tamizado por el paso de los años y por la necesidad de construir un recuerdo, pero me da paz y me ayuda a reconectar con esa parte de mí que durante muchos años sepulté bajo un montón de estiércol emocional. Tal es la magnitud de este disco.
Kurt Cobain murió en el año 1994, víctima de una depresión y de la adicción a la heroína. Él tenía, en aquel momento, 27 años y yo 9. Nos llevábamos 20 años. Muchísimos, no cabe duda, pero de alguna manera conecté con su carisma casi inmediatamente. Mucho antes de poder, si quiera, pronunciar su nombre. Mucho antes de escuchar una sola nota suya. Aquel primer encuentro ocurrió de forma fortuita, fruto de una casualidad tan imprevisible como inevitable, y es que en la vida, hay cosas que sencillamente ocurren. Fue en la parte trasera de una sudadera que llevaba una chica, en la fila de un comedor de un enorme colegio de pijos. Todo me sedujo: la chica, la actitud corporal, el outfit, todo. Supe instantáneamente que yo quería todo eso. Me recuerdo a mí mismo en aquella cola, en algún año entre el 92 (año del Nevermind) y el 94 (cuando efectivamente falleció, pero también cuando se publicó el Unplugged), mirando aquella foto y preguntándome: ¿Kuri? ¿Qué será eso? Foto en blanco y negro, ojos azules brillantes, la foto es muy conocida, fondo negro, mangas grises, Nevermind escrito en horizontal en azul y capucha del mismo color. Fijo que se la compró en el mercado de la plaza de la Merced o en las fiestas de ese mismo verano, en su pueblo de Castilla o del interior de València, que en la época era el faro de las novedades. No conseguí descifrar de qué iba aquello en aquel momento, pero esta fue la primera vez que supe que, fuera de los muros del chalet de mis padres, había todo un mundo esperándome y que escapaba al control de los mayores.
Nos volvimos a cruzar mucho tiempo después, ya adolescente y casi en el filo del cambio de siglo. Nevermind se convirtió en la BSO del año en el que me echaron del colegio y, durante mucho tiempo, ha alumbrado ese oscuro y doloroso rincón de mi recuerdo. Hasta que no nació mi hijo y necesité recuperar todos los trozos, no hice las paces conmigo y no lo volví a escuchar de principio a fin. Jamás, ni siquiera ahora que los matices son diferentes, ha dejado de sonar a aquella rampa de cemento pulido, a los primeros porros, a ese olor a alcohol barato, al tabaco y a todo lo que acompaña aquellas primeras tantas cosas. Jamás ha dejado de recordarme a aquel año en el que todo mi mundo se vino abajo y nos quedamos solos el álbum, su rabia, que no era tal. O sí. La mía, desde luego, lo era.
Nevermind encierra en su interior tantas cosas que resulta casi imposible hacerle justicia o plantearse un acercamiento ponderado. Es más, estoy haciendo todo un ejercicio de contención. Es el disco que destronó a Michael Jackson, es el disco que puso a Seattle, y su escena, en el mapa, es el que catapultó a toda una generación a la primera fila de la industria cultural, el que hizo que el punk, de repente, importase, el que abrió la veda, el que convirtió a un nadie en un icono de masas y, también, el que acabó con él. Es todo un tótem cultural incontestable. Probablemente el último gran icono pop de masas. Y, bueno, llegados a este punto, me enfrento a un callejón sin salida. ¿Cómo seguir con este texto?
A nivel creativo, plantea una tremenda ruptura con su disco anterior, Bleach (1989), que es mucho más oscuro y pegado al sonido de los Melvins y su sludge metal de corte inclasificable. Bleach suena duro, suena sucio, grungy — cortesía de Jack Endino en la producción —, pero a diferencia de lo que estaban haciendo bandas como Mudhoney o Soundgarden, compañeras de Sub Pop, su esencia no estaba en el garage de The Sonics ni son tan deudores de Iggy Pop. La raigambre de Nirvana era el pop más clásico personificado, por hacerlo sencillo, en el disco With The Beatles, del que Kurt era un fan declarado. Y es que la primera gran enseñanza que esconde Nevermind es la necesidad de tener la mente abierta para poder disfrutar no tanto del disco, sino de todo lo que su autor quiere contarnos, porque hay tantas cosas dentro que, sin saberlo, me estaba inoculando la necesidad de buscar el origen de todo lo que escucho. Le debo a este disco el apetito voraz e insaciable a la hora de aprender y querer saber más, aunque esto me costaría unos años aprehenderlo.
Aunque comercialmente el disco sea un cañón, en parte gracias al impecable trabajo realizado por su productor Butch Vig y, en menor medida, por el mezclador Andy Wallace, que supieron pulir todo aquello hasta convertirlo en oro puro. A grandes rasgos, su sonido se aleja de las raíces punk y, en parte, implica una comercialización, domesticación quizá lo defina mejor, de su sonido. La entrada, de la mano de Kim Gordon, en Geffen implicó que Kurt y compañía perdiesen un poco las riendas del proceso y nunca quedaron del todo satisfechos con el resultado. La gestación del álbum está atravesada por no pocos problemas, que van desde la negociación de regalías, pasando por un proceso creativo en una major, la inexperiencia del grupo y el inicio de la adicción de Kurt, que se empezaba a hacer patente y que ya fue evidente tras la grabación y posterior promoción. Todo esto confluye en que la sensación final sea de sobreproducción y un producto artificial. Esto es lo que explica que recurrieran a Steve Albini, especialmente tras haber producido el excelente Surfer Rosa, para trabajar en In Utero que, a mi juicio, es el mejor y más sólido esfuerzo del grupo. De hecho, a modo de curiosidad, Albini siempre sostuvo que las mezclas originales de Vig, mucho más directas y orgánicas, eran mejores que las que luego hizo Wallace. En cualquier caso, con la perspectiva de los años es evidente que, por lo que sea, supo dar con la tecla y puso en el ojo del huracán a toda una escena que había crecido a la sombra del establishment.
A nivel de sonido, quizá ese aspecto que casi nadie comenta casi nunca, lo es todo a la vez, todo el rato. Resulta bastante complicado decir exactamente a qué suena, porque hay tantas cosas metidas en cada canción que sencillamente apabulla. A veces fantaseo con la idea de volver a enfrentarme desde cero. ¿Qué podría decir de temas tan carismáticos como Lithium, como Smells Like Teen Spirit, como Come as You Are, In Bloom o Territorial Pissing? Especialmente, cuando todo estaba ahí ya. Las enseñanzas que sacar son tantas y, no obstante, no termina de funcionar como conjunto. Kurt Cobain brilla como compositor y como el grandísimo guitarrista que es, pero no consiguen darle una coherencia y un discurso interno al disco, más allá de construir un álbum plagado de temazos y melodías increíbles y, sobre todo, más allá del empaque que le aporta la producción. Este punto, para mí, es el que más le pesa y expone un poco sus costuras. A fin de cuentas, no deja de ser un disco hecho por una banda en plena expansión. Un grupo que estaba buscándose y que se encontró por el camino con un disco increíble, sin duda. Pero Nevermind nunca fue un destino y situarlo de esta manera, en ese pedestal, creo que es uno de los mayores errores del canon cultural occidental. Siempre fue un tránsito hacia nuevos territorios, algunos los vimos cristalizar en In Utero y otros podrían haber llegado tras el Unplugged, nunca lo sabremos. Pero su influencia es inconmensurable y no solo para mí. No en vano, es uno de los grandes pilares del Pop Punk y, como herencia, no está nada mal.
Es muy interesante no perder de vista que hay mucho de accidente en este éxito y eso lo hace aún más especial. En aquellos años, la ola indie hardcore de los 80 estaba llegando a su fin, agotada por lo inabarcable de su propia pelea autoimpuesta, pero lo sembrado durante los años de autogestión, de los sellos pequeños, de SST, de K Records, de Sonic Youth y su Daydream Nation, de Maximum RockandRoll, de las radios universitarias y de todo ese continuo flujo de ideas convirtió a USA en un hervidero musical impresionante que floreció no ya al margen, es que directamente ignorado por una industria cultural demasiado ensimismada en su propia crisis. Nevermind representa la pica en Seattle y el final de este sueño. Si los hippies tienen el Gimme Shelter, el disco representa el fin del sueño indie. La asimilación definitiva de una escena que era efervescente y que bullía en su eterna búsqueda de nuevos sonidos.
Nirvana, por tanto, terminaron convirtiéndose en el referente del grunge, aunque probablemente sea el grupo menos grunge del Big Four. En su sonido nunca hubo garage, tras Bleach no quedó pizca de hard rock y las trazas de Black Sabbath se terminaron diluyendo en detrimento de otros sonidos que no tienen el resto de grupos. No es aburrido y, sobre todo, ni es cursi, ni se queda sin nada que contar, ni es emocionalmente plano. Tan solo destila un profundísimo malestar nada autocomplaciente, aunque sí inteligente y sorprendentemente autoconsciente, y todo lo mamarracho que puede ser un crío de 24 años. Porque sí, es tal la magnitud de la cosa, que se suele pasar por alto que Kurt no dejaba de ser un chiquillo de 24 años en el momento de publicarlo, con todo lo que eso implica. Y, aun así, no deja de ser un verdadero referente ideológico reivindicable incluso hoy en día. En especial, si atendemos a su militancia beligerante en la cuestión de género, donde siempre representó una masculinidad heterosexual disidente, poniendo en cuestión la masculinidad hegemónica, siempre que tuvo ocasión, desafiando la homofobia en los Estados Unidos de los noventa, peleándose contra las agresiones machistas, haciendo declaraciones abiertamente feministas y haciendo propios slogans como el Girls to the Front. Es que no solo no es cínico, tampoco es nihilista, como se ha dicho muchas veces, posicionándose claramente a la izquierda. Solo era un chiquillo deprimido y adicto a la heroína, con el injusto peso de representar a toda una generación, algo que él nunca quiso, nunca aceptó y siempre le pesó, hasta el punto de matarlo, y la humanidad perdió a un gran guitarrista que aún tenía mucho que aprender y, sobre todo, que darnos. En este punto, cabría plantearse una pequeña reflexión sobre la industria cultural y cómo les empujaron a la drogadicción, los explotaron económicamente y se aprovecharon de unos chiquillos que estaban en una posición emocional verdaderamente vulnerable. El libro de Mark Lanegan, Cantar hacia Atrás y Llorar, da buena cuenta de esto y pone de manifiesto unas vidas que solo dan pena, una tremenda e insondable pena.
Fue él, sí. Pero podrían haber sido muchos los que terminasen en su lugar. Siempre me ha parecido muy significativa la anécdota que comenta Azerrad en Nuestro Grupo Podría ser tu Vida, entre Lou Barlow y J. Mascis, cuando el primero le dice al segundo que tendrían que haber sido ellos, al poco de publicarse Nevermind. Es posible, aunque Dinosaur Jr nunca tuvo ese gancho pop que caracteriza a Nirvana en Nevermind, calidad no les falta y los solos de Mascis son gloria celestial. Algunos días, me encantaría vivir en el universo en el que es Copper Blue, y toda esa sofisticación altiva, desproporcionadamente ambiciosa y un tanto gilipollas, si me permitís la expresión, quien lo consigue, pero tampoco fue Bob Mould quien se erigió con ese trono, a pesar de que él sí que lo anhelaba. Quizá, fue precisamente por eso, por desearlo con tanta fuerza.
Con todo, Nevermind lo fue todo para mí y mi deuda con Kurt y con este disco es impagable. He construido muchas cosas alrededor de él y también sobre el. Desde mi manera de estar en el mundo, pasando por mi propia identidad de género — puede parecer una tontería, pero tener un referente masculino y heterosexual que represente la disidencia ayuda a gestionar la alteridad — hasta mis gustos musicales a niveles muy profundos, en especial mi amor por el punk y el sludge. Pero lo más importante de todo es que, mucho antes de entender lo que decían sus letras, ya solo en el plano emocional, Kurt Cobain me acompañó, me arropó y me ayudó a vehicular y expresar todo un torrente de emociones complejas y enmarañadas que encontraron en aquellas melodías una vía de expresión, muchísimo antes de que yo mismo supiese que estaban ahí y que querían salir y, además, me puso en la pista de nuevos e inexplorados territorios musicales cuyo descubrimiento acabaría construyendo todo lo que soy.
Something in the Way fue el tema que elegí, de entre todos los que había en mi iPod, para sentarme a los pies del Cotopaxi a fumarme un cigarro y pensar en que yo, un simple chaval de una pequeña pedanía de un municipio de València, había llegado, no sé muy bien cómo, a ese momento, a 5,000 metros de altura. A los pies de aquel volcán. Nirvana y yo, en la fucking cordillera de los Andes.
Gracias Kurt. Por otros 30 años más.