Foto de Ilya Blagoderov en Unsplash
Tras un mes y medio de parón, volvemos a la carga e iniciamos un nuevo curso. Este, además, espero que venga cargado de novedades, buena música y grandes oportunidades para todos y para todas. Como principal novedad, la newsletter pasará a publicarse los viernes por la mañana. Esto se debe a muchas razones pero la principal es que, de esta manera, se alinea con el principal flujo de novedades y permite organizar un poco mejor las escuchas. El año pasado, no me terminó de cuadrar el calendario. Por otro lado, tal y como comenté, estoy preparando una sección de periodicidad mensual que aborde algunos discos de una forma un poco más completa y más profunda. A veces, alrededor del contexto en el que aparecen, a veces por lo que me sugieren, a veces por que me gustan, en cualquier caso, un acercamiento un poco más pausado y personal.
Por otro lado, me gustaría llevar a cabo una serie de cambios desde el punto de vista formal, integrando substack en mi propio dominio, para lo que voy a pedir un poco de colaboración. He tomado la decisión de establecer dos tiers de suscripción que equivalen a 5€ al mes o 30€ al año, aunque de momento no tienen ninguna implicación en el contenido. Tengo como objetivo reunir un total de 50€, que es lo que cuesta la integración de mi dominio en substack. Cuando llegue a esa cantidad, dependiendo de cuantos seamos, quizá me plantee introducir más cambios, como por ejemplo elaborar contenido para personas suscriptoras o, en caso contrario, cancelar todas las suscripciones y seguir adelante como hasta ahora. Pero vamos por partes y no nos adelantemos, que el año es largo y tendremos ocasión de seguir creciendo. Por ahora, el botón ya se encuentra en marcha.
En términos de escuchas, ha sido una semana poco nutrida, pero casi todas nuevas y circunscritas a este año que empieza. De esta forma, he estado escuchando muchos discos que han salido recientemente y que no me han resultado especialmente interesantes y de los que he decidido no hablar. Destacan, en este grupo, el disco de Sleater-Kinney, que marca mi primera gran decepción y se lleva el primer distintivo Deathcrash de este año, al ser un disco al que le tenía muchas ganas y ha sido altamente decepcionante. Por más que lo he intentado, el disco no me dice absolutamente nada y creo que Sleater van bastante pérdidas en su propio legado y son incapaces de proyectarse en el futuro. Aun así, se les notan las tables y, de vez en cuando, parece que son capaces de salir de ese tedio en el que se encuentran y sonar algo frescas. La misma decepción, pero sin nada de hype, lo encontramos en el disco de Sprints, grupo que no conocía de nada y al que no creo que vuelva. No hay nada en ese disco para mi a pesar del amor que inicialmente recibió por parte del público y crítica. En el nombre, os he dejado el enlace para que juzguéis por vosotros y vosotras mismas.
Por otro lado, en el grupo de los que sí, encontramos una serie de discos a los que he ido volviendo de forma más o menos regular o sencillamente me gustaría comentar algunas cosas porque creo que se lo merecen. Con la intención de agilizar un poco las reseñas, voy a intentar ceñirme a lo que tengo que decir y ser lo más honesto posible. Esto es un ejercicio complejo, pero me comprometo con ello. Por tanto, esta semana, voy a comentar un total de 5 discos: Three Bells de Ty Segall, Cancionero de los Cielos de Viva Belgrado, Forest God de A Fish in the River, Ilion de Slift (que no aparece en la lista de last.fm) y Wall of Eyes de The Smile. Son bastantes, pero es la única manera de ponerme al día. Intentaré ser breve.
Como de costumbre, mis discos pueden ser consultados en Bandcamp (el viernes fue Bandcamp Friday, que sigue existiendo a pesar de la compra por parte de Songtradr) y la lista completa de lo que he estado escuchando esta semana puede ser consultada aquí. Sin más preámbulos, vamos a comentarlos.
Three Bells (2024) - Ty Segall
Hubo un tiempo en el que Ty podía hacer lo que le viniese en gana. Hubo un tiempo en el que fue el gran mago del garage - indie y lo que surja. A principios de la década de los 10, su ingente capacidad creativa, sumada a su siempre acertada intuición, hicieron de él uno de los principales baluartes de los espacios menos dados al mainstream y también de los colindantes. Para el recuerdo, pues, quedan obras de la talla de Slaughterhouse (2012), Manipulator (2014) o Fuzz (2013) que, para mí, representan una de sus innumerables cimas. Aunque, sería un error no abordar otros títulos interesantes en su larga y variada discografía, como es el caso de Melted (2010) o, más reciente, Freedom’s Goblin del año 2018. Muchos discos, para una carrera prolífica.
A nivel de sonido, se suele situar casi siempre en las mismas coordenadas, aunque ahondando en una tremenda miríada de estilos y texturas. De esta forma, al igual que ocurre con grupos como King Gizzard u Osees, a veces, al enfrentarse a un disco nuevo resulta complicado saber a qué atenerse. En mi caso, por ejemplo, prefiero mucho más las pistas de corte garagero y más cercanas a la psicodelia, que las partes con ese regusto folk, o pop, que practica de vez en cuando, especialmente tras Manipulator. Aunque también ha caminado por charcos como el heavy psych con una notable maestría tal y como demuestran los tres discos de la muy destacable Fuzz, donde a mi juicio toca su techo. En cualquier caso, un disco nuevo de Ty siempre va a llamar mi atención.
En concreto Three Bells me pilló completamente por sorpresa y, si no hubiese sido por la potencia de Bandcamp en el área de las recomendaciones, quizá no me hubiese enterado nunca, hasta el martes pasado cuando salió publicado en la tier semanal de Hipersónica en un merecido Ok. Esto implica que no había escuchado los adelantos y no estaba para nada en la onda. Sin embargo, al enterarme me entraron muchas ganas de escucharlo, hacía casi 10 años que no me acordaba de él y, en cierto sentido, esperaba poder recuperar lo nuestro. En el pasado tuvimos una relación bastante intensa. Pues bien, ya os adelanto que no fue el caso. Bueno, si que me sirvió para ajustar cuentas con él, pero en el sentido que yo esperaba.
El disco se compone de The Bell y The void, los dos primeros temas del disco, un total de 13 minutos en los que Segall sienta cátedra y nos recuerda que puede hacer cosas increíbles. Por momentos, incluso llega a convencer de que, tal vez, este sea el disco que estábamos esperando. A mi, desde luego, casi me engaña y me escuché toda la primera vuelta con fruición convencido de que si, lo era. Sin embargo, no es el caso para nada. Pasado este umbral, nos queda hacer frente al resto. Aquí, el disco empequeñece en inspiración, creatividad y, sobre todo, en producción. A medida que avanza se va perdiendo en una suerte de mejunje en el que nada despunta, estéticamente no tiene casi nada que rascar y, sobre todo, es excesivamente largo pasando de la hora de duración. Ya es complicado elegir dedicar una hora de tu vida a un disco, si además no tiene nada que aportar, más allá de cierta curiosidad en Denée, el penúltimo tema del disco, nos deja con demasiados argumentos en contra y casi ninguno a favor. Una pena, porque de verdad quería que Segall me volviese a conquistar. No será en este disco.
Cancionero de los Cielos (2024) - Viva Belgrado
Traigo a tinkernet, un disco que linda peligrosamente con el indietex y lo hago con conocimiento de causa. Antes de continuar, vamos a despejar la X, el disco es malísimo y solo reviste algo de interés si la persona que lo escucha es muy joven y no está nada versado en muchos de los referentes que pretenden movilizar. De lo contrario, es mejor huir.
A nivel de sonido constituye una evolución coherente con el camino que han ido recorriendo desde su destacable debut Flores, Carne (2014) muy pegado al screamo de bandas como Lisabö, hasta espacios mainstream y preparados para el público generalista. No me malinterpreten, no hay nada criticable en eso, ni siquiera aunque su voluntad fuese solo ganar dinero. Al contrario, son muchos los grupos que en este tipo de viaje al centro, han sido capaces de afilar su sonido y deshacerse de aspectos sobrantes para dar su mejor versión. Desgraciadamente, no es el caso y Viva Belgrado elige quitar todo lo que hacía que su sonido resultase interesante. Este hecho, apartar de tu sonido aquello que te define y te hace despuntar como grupo, es lo que es verdaderamente criticable y, a todas luces, un tremendo error. Cancionero de los Cielos es un ejemplo paradigmático. Ni el rapeo, ni el spoken word que se marcan, ni los desarrollos, ni las guitarras ni, desde luego las letras que son un horror, están a la altura. Follificado debería ser competencia de la Audiencia Nacional.
Sin embargo, el rotundo éxito que están teniendo entre medios y crítica a lo largo y ancho de la península ibérica, Mondosonoro les puso un 10/10 y JNSP tmb les regaló muchísimo amor, pone de manifiesto varias cuestiones que hacen que me tome este despropósito de una forma un poco más ligera. En primer lugar, se mueven en un terreno muy próximo a la independencia y la autogestión, autoeditandose sus discos y teniéndolos en Name Your Price en Bandcamp, lo que quiere decir que puedes hacerte con los flac gratis y legalmente a pesar del rotundo éxito que están teniendo. Por el otro, su acercamiento al mainstream y la grandísima aceptación, es una muestra evidente del hartazgo generalizado de los sonidos más proclive a lo urbano y el latineo y sirve de antesala para la vuelta de otras bandas como Standstill. Viva Belgrado, al igual que Arde Bogotá el año pasado, han llegado en el momento justo para poner patas arriba una industria cultural decadente y anquilosada en unos sonidos que ya no emocionan y, quien sabe, lo mismo algunos lleguen a Slint, Fugazi o American Football a través despropósitos como Cancionero de los Cielos. Una pena que el peaje a pagar haya sido dejar de lado lo que de verdad molaba en Flores, Carne.
Forest God (2024) - A Fish in The River
Una banda desconocida, cuentan con unos 100 oyentes en Spotify y un total de tres personas que le han comprado el disco en Bandcamp y yo soy una, con un sonido un poco difícil de clasificar. Tal y como ellos se definen, su música es como una cinta que te ha grabado el hermano mayor de un amigo cuya colección se compone del catálogo de Up Records, SST y Southern Lord. O lo que es lo mismo, mezclar a Built to Spill, con Black Flag y Sleep. Es decir, navegar por los mares de la tierra prometida del indie norteamericano uniendo algunas de las escenas más punteras de la última década del Siglo XX, el Pop más interesante, el Hardcore más agresivo y el Metal más evocador, en un único disco. Lo curioso es que salen victoriosos y nos dejan una pequeña colección de canciones que recuerdan exactamente a eso.
A veces, suenan un poco a Pavement, otras más a Mastodon y, por momentos, rozan un hardcore moderno de una enorme intensidad. Aunque su punto medio, recuerda un poco a unos Sebadoh un poco más duros, tal y como comentaban en su crítica en Hipersónica. A mi me llama mucho la atención ver cómo transitan de un estilo a otro sin demasiado complejos, ni reparos tampoco. En sus cinco canciones, puedes hacerte una genealogía de casi todo lo que ha molado en los últimos tiempos y quedarte con la sensación de que has pasado unos 20 minutos de lo más interesantes. Es más, si le prestas la atención suficiente se abren ante ti toda una serie de referentes y sonidos que no son nada habituales y que aquí brillan con una luz bastante intensa. Esta forma de experimentar el presente, este lugar en el que cabe una canción de Pavement y una de Mastodon en el mismo disco, a veces incluso en el mismo tema, es una manera de vivir que me resulta novedosa y atractiva. Me gusta pensar que los géneros son fluidos y que las etiquetas ya no son capaces de encapsular una realidad que nunca deja de supurar.
Disfruto mucho cuando me confrontan y esta mini colección de canciones es capaz de poner patas arriba casi todas las convenciones sobre las que se ha construido mi relación con la música. Podría ser mejor, de hecho, espero tener la oportunidad de escuchar un largo y ver que son capaces de hacer. Por ahora, me conformo con estas canciones y mi deseo de que sigan adelante. En caso contrario, siempre nos quedará esa Nature of the Wound, un tema notable y Piss, donde transitan de una forma evidente y desmelenada (o completamente enmelenada).
Ilion (2024) - Slift
Llegué a este disco, en parte por el hype de RYM, en parte porque todo en él me atrae, en parte porque apareció en el excel de su semana en Hipersónica. La casualidad quiso que pocos días antes viese un video de Jeff Rosenstock hablando de sus discos que le gustan, que citase el Heavy Rocks de Boris (el de 2002) y que sonasen uno detrás de otro en la cola de reproducción. Todo este cúmulo de casualidades terminó desembocando en que entrase en Slift con todo y, de paso, se desbloqueasen una serie de sonidos que tenia absolutamente olvidados. A veces, en esto de avanzar, se van cayendo cosas que no siempre sobran y este tipo de sonidos es algo que, en el fondo, me gusta mucho.
Tradicionalmente, se suelen alinear con una suerte de metal, pero es un metal para no metaleros. Su influencia, en realidad, fuertemente ligada a Black Sabbath y la psicodelia garagera más dura, termina derivando en un doom que no se fija tanto en el fango, como en la ansiedad. Es decir, hay mucho más punk, pero es sucio y destartalado, aunque a primera vista no lo parezca. He hablado en otras ocasiones del sonido de bandas como Torche o Baroness y, en este mismo informe, he citado a Sleep o A fish in The River. Pues bien, Slift se acercan a esta orilla por la vía del Heavy Psych y lo hacen con una inspiración vehiculada por el hardcore y mirando muy de cerca a los Gojira del principio, dando pie a un disco bastante complicado de aprehender.
Las primeras veces que me lo puse pensé que me daba mucha pereza y que no tenía ningunas ganas de volver a esto. Sin embargo, para entonces Boris ya había estado haciendo su trabajo lo que, sumado a mis continuas incursiones en el mundo del garage, hizo que poco a poco me abriese más a su propuesta. Al final, Ilion es un disco altamente disfrutable, con pasajes de una contundencia inusitada y con una capacidad muy especial para capturar una ansiedad única y característica. Además de un disco que nos muestra a una banda en un punto de creatividad y de virtuosismo verdaderamente alto. Slift, saben lo que están haciendo y, claramente, suenan exactamente a lo que quieren. Este es un disco distorsionado, potente y lleno de capas de ruido en el que las melodías transitan por un camino oscuro, tortuoso y potente, muy potente. Este tipo de discos, suele estar asociado a una emocionalidad compleja y muy cabreada, en parte por la herencia del hardcore norteamericano, sin embargo no es el caso de Ilion. Personalmente, soy un gran admirador de la capacidad europea, en este caso francesa, para filtrar las influencias norteamericanas y traerlas a un terreno en el que mutan en artefactos completamente diferentes. La ansiedad del hardcore, al entrar en contacto con las formas y los modos del sur de Francia, se torna en un derroche de fuerza y potencia que deja de lado la violencia para abrazar otras emociones que, misteriosamente, le queda igual de bien.
Con todo, hay que tener en cuenta que se trata de un disco largo, pasa sobradamente de la hora de duración, complejo y lleno de temas largos, solo uno baja de los 8 minutos y la normal es que se acerquen a los 10, en el que los desarrollos no dejan de mutar y mutar. Pero, si le dejas entrar, tienes asegurada una hora entera de psicodelia brutal y sugerente.
Wall of Eyes (2024) - The Smile
Me he dejado para el final el que, para mi, ya es uno de los grandes candidatos a disco del año. Hay muchas cosas en este disco para ello, pero el dúo que constituyen Read the Room y Bending Hectic ya, per se, me permite decir esto sin ningún miedo. Cuando se anunció, lo recibí con muchísima pereza y un alto grado de escepticismo. Nunca he sido especialmente fan de Radiohead, hasta que fui muy mayor. A día de hoy, creo que negar la inmensa influencia de Yorke y los suyos es un error y no rendirse ante una carrera tan sólida y tan increíble es no ser consciente de la trascendencia de lo que hay en ella. Ahora bien, esto no quiere decir que vaya a consumir todo lo que toquen. En lo personal, me siento mucho más cerca del OK Computer que del Amnesiac y el disco anterior de The Smile, para mi, caía en un rincón un tanto irrelevante de su imaginario y profundamente alejado del mío. Desde mi punto de vista, sus escarceos con el jazz de ascensor, su supuesta elegancia simplona, una duración un poco larga y esa sensación de estar disparando para todas partes, durante todo el rato, sin tener muy claro a donde ir, me resultaba de lo más pesado. Total, que concluí que The Smile era café para muy cafeteros y que yo no tenía nada que encontrar aquí. Como tantas otras veces, estaba equivocado.
La primera vez que lo escuché, el disco fue abriéndose camino en mi mente de una forma bastante natural y orgánica. Sencillo, sin plantear demasiados problemas. Hasta que, de repente, se paró en Bending Hectic. La progresión que parte la canción, me llamó muchísimo la atención. Que era esto y como podía molar tanto: buenas guitarras, tensión y nervio, una pizca de Jazz de verdad (no de ascensor, como en el otro), una parte electrónica elegante y sugerente y todo al servicio de una composición que me recordaba vagamente a las partes de Radiohead que más me gustan pero con un registro de sabores más cercano a mi yo de hoy, de ahora. Cuando acabó le volví a dar al play unas 3 o 4 veces más y ya si, me sumergí en el resto del disco y fuí capaz de apreciar todo lo que hay de bueno en Wall of Eyes, que es muchísimo. Aunque ojo, no hay que caer en la trampa de compararlo con Radiohead porque todo, incluso los propios Radiohead, palidecieron ante semejante comparación. The Smile es otro grupo y, como tal, pretenden movilizar cosas diferentes, aunque la gente sea la misma y, a veces, suenen un poco a ellos.
Podría seguir contando las maravillas de este disco, durante horas. Es un disco completísimo, exigente y tocado con una gracia y una maestría que no suele ser tan habitual como debería. Además, es arriesgado y bien nutrido en inspiración, al contar con una tremenda gama de influencias que van desde el un free jazz muy matizado, hasta ciertos y sorprendentes pasajes que se acercan al prog, abrazando unas guitarras absolutamente magistrales y sin hacerle ascos a momentos más electronicos. Todo en Wall of Eyes es hermoso. Aunque, por otro lado, tampoco cabría esperar nada diferente de semejantes músicos.
Para la semana que viene:
What We Do Now (2024) - J Mascis